Publicación: 10 Feb 2021
Disciplina: Historia
Este Día de San Valentín muchas parejas, aunque separadas geográficamente, podrán sentirse cerca, verse y expresarse su amor en tiempo real, gracias a la tecnología. Por ello, parece que, actualmente, la ausencia del ser amado es un sentimiento que, si todo va bien, es casi inexistente. En cambio, en la antigüedad tuvo que ser un sentimiento profundo y doloroso.
Allá por el siglo XVI, para combatir esos sentimientos, los enamorados tuvieron una costumbre muy encantadora registrada en la historia del arte. Esa práctica fue la de mandarse hacer retratos pequeñitos que se regalaban mutuamente. De esa manera, podían contemplarse aún en la ausencia. Hoy, no podemos concebir la dimensión de semejante hecho; por primera vez en la historia, los amantes podían verse y encontrarse a solas en cualquier momento, aunque fuera en imagen.
Aquellos pequeños retratos, de apenas unos cuantos centímetros, son conocidos como retratos galantes, de faldriquera o amatorios y fueron, como su nombre sugiere, uno de los regalos más frecuentes entre enamorados. Su tamaño reducido, a diferencia de los grandes formatos, favorecía la contemplación en la intimidad, reforzando las relaciones personales y afectivas.
Sin embargo, no a todos les pareció bien esta costumbre. No faltó quien vio con malos ojos que las señoritas llevaran a su intimidad imágenes de mundanal devoción que podían ser “accidentalmente provocativas”. Incluso, se llegó a acusar que los que solicitaban el retrato a la “amiga” podían usarle para: “excitar en su soledad su deleite sensual”. Para evitarlo, algunos recomendaron que, en lugar de la imagen de sus enamorados, se pintasen imágenes devocionales como la Virgen o Cristo.
Por otra parte, estos retratitos también fueron causa de singulares problemas. Quevedo (1580-1645), famoso poeta español, relata en el Sueño del Infierno, una de las quejas más comunes: “¡Oh, qué número dellos echaban la culpa de su perdición a sus deseos, cuya fuerza o cuyo pincel los mintió las hermosuras”. Es decir, como sucede ahora, al conocer a alguien por internet, muchos fueron engañados por las falsas bellezas de los retratos. Otros muchos quedaron enamorados perdidamente de retratos de damas que ni conocían, como sucede en La prisión sin culpa, obra de Lope de Vega, en la que se cuenta cómo uno se enamora perdidamente de la pretendida de su amigo cuando mira el retrato que le deja para que le cuide cuando parte a la mar. A este respecto, el escritor Juan Rufo cuenta una anécdota curiosa. Dice que un pintor traía: “cuarenta o cincuenta retratos pequeños de las más hermosas señoras de Castilla” y “muchos le pedían copias de ellas”. ¿Cuántos no se habrán hecho ilusiones con ellas?.
Se les conoce como retratos galantes por su uso, pero en realidad forman parte de una categoría mayor, los retratos en miniatura, que al principio fue una práctica de la nobleza que, aunque también las intercambiaban con seres queridos, éstos no estaban expresamente dirigidos a cuestiones amorosas. Algunos incluso llegaron a ser regalos políticos entre estados.
En este enlace de La Colección de Miniaturas del Museo Lázaro Galdiano se pueden ver muchos ejemplos. También el Museo del Prado conserva una interesante colección de estas pequeñas obras de arte.
Hoy en día, que dicha costumbre casi ha desaparecido, nos quedan esas bellas miniaturas como recuerdos mudos de apasionados romances y amantes que, en la soledad de las alcobas, como hoy frente a una pantalla, la sola imagen del ser querido hacía latir el corazón de los enamorados.
REFERENCIAS
Julia de la Torre Fazio (2009): El retrato en miniatura español bajo los reinados de Felipe II y Felipe III, p.63.
Julia de la Torre Fazio (2009): op. Cit., p.63.
Julia de la Torre Fazio (2009): op. Cit., p.62.
Beatrice Garzelli (2018): Traducir el siglo de Oro. P.56
Lope de Vega (1930): Obras de Lope de Vega. Tomo VIII. “La prisión sin culpa”, p.602.
Juan Rufo (1584): La seiscientas apotegmas y otras obras en verso , p.138.